La Hora de la Gloria: Muerte, Vida y Discipulado en Juan 12:20-26
La Hora de la Gloria: Muerte, Vida y Discipulado en Juan 12:20-26
El Evangelio de Juan presenta un momento crucial en la vida y ministerio de Jesús cuando ciertos griegos, presentes en la fiesta de la Pascua, expresan su deseo de verlo (Juan 12:20-21). Este sencillo gesto tiene un profundo significado teológico. Representa la apertura del Evangelio a los gentiles y marca un punto de inflexión en la narrativa joánica: ha llegado la hora de la glorificación del Hijo del Hombre (v. 23).
En este pasaje, Jesús introduce una enseñanza clave mediante una metáfora agrícola: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (v. 24). Esta imagen, aparentemente sencilla, encierra una profunda verdad espiritual. Jesús anticipa su propia muerte como el medio a través del cual vendrá una gran cosecha de almas. La glorificación de Jesús no ocurre a pesar de la cruz, sino precisamente a través de ella.
Desde una perspectiva teológica, Jesús redefine la gloria no como triunfo humano, sino como entrega sacrificial. En contraste con los valores del mundo —donde preservar la vida es prioridad—, Jesús declara que “el que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (v. 25). Este principio subraya la inversión de valores característica del Reino de Dios: la verdadera vida se encuentra en la entrega, en el servicio, y en la disposición a morir a uno mismo.
El versículo 26 es una invitación directa al discipulado: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviera, allí también estará mi servidor”. Servir a Cristo no es una actividad secundaria, sino una llamada a seguirlo plenamente, incluso hasta la cruz. No se trata solo de admirar a Jesús, sino de imitarlo. El camino del discípulo es el camino del Maestro: sacrificio, obediencia y esperanza en la gloria venidera.
Este pasaje desafía nuestra forma de entender la vida, el éxito y el propósito. En una cultura que promueve la autopreservación y el egoísmo, Jesús nos invita a vivir con una perspectiva eterna. Morir al ego, renunciar a nuestros planes por amor a Dios y a los demás, es el camino que lleva a una vida plena.
En lo cotidiano, esto puede traducirse en actos de servicio desinteresado, en la disposición a perdonar, en vivir con generosidad, y en mantener la fe aun en medio del sufrimiento. Seguir a Jesús implica confiar que incluso cuando “morimos” a nosotros mismos, Dios está produciendo fruto en nuestra vida y en la de los demás.
Finalmente, la promesa de Jesús es clara: “Mi Padre le honrará”. El servicio fiel no pasa desapercibido para Dios. Esta honra no siempre será visible en esta vida, pero es segura en la eternidad.
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